CUENTOS

EL HADA DEL LAGO
El hada del lagoHace mucho, mucho tiempo, mucho antes incluso de que los hombres  llenaran la tierra y construyeran sus grandes ciudades , existía un lugar misterioso, un gran y precioso lago, rodeado de grandes árboles y  custodiado por un hada, al que todos llamaban la hada del lago. Era justa y muy generosa,  y todos sus vasallos estaban siempre dispuestos a servirla. Pero de pronto llegaron unos malvados seres que amenazaron el lago, sus bosques y a sus habitantes. Tal era el peligro, que el hada solicitó a su pueblo que se unieran a ella, pues había que hacer un peligroso viaje a través de ríos, pantanos y desiertos, con el fin de encontrar la Piedra de Cristal, que les dijo, era la única salvación posible para todos
El hada advirtió  que el viaje estaría plagado de peligros y dificultades, y de lo difícil que sería aguantar todo el viaje, pero ninguno se echó hacia atrás. Todos prometieron acompañarla hasta donde hiciera falta, y aquel mismo día, partió hacia lo desconocido con sus  80 vasallos más leales y fuertes.
El camino fue mucho más terrible, duro y peligroso que lo predicho por el hada. Se tuvieron que  enfrentar a terribles bestias, caminaron día y noche y vagaron perdidos por un inmenso desierto, que parecía no tener fin, sufriendo el hambre y la sed. Ante tantas adversidades muchos se desanimaron y terminaron por abandonar el viaje a medio camino, hasta que sólo quedó uno, llamado Sombra. No era considerado como el más valiente del lago, ni el mejor luchador, ni tan siquiera el más listo o divertido, pero fielmente continuó junto a su hada sin desfallecer. Cuando ésta le preguntaba de dónde sacaba la fuerza para seguir y por qué no abandonaba como los demás, Sombra respondía siempre lo mismo “Mi señora, os prometí que os acompañaría a pesar de las dificultades y peligros, y éso es lo que hago. No me voy a ir a casa sólo porque que todo lo que nos advertiste haya sido verdad”.
Gracias a su leal Sombra el hada pudo por fin encontrar la cueva donde se hallaba la Piedra de Cristal, pero dentro había un monstruoso Guardián, grande y muy poderoso que no estaba dispuesto a entregársela. Entonces Sombra, en un gesto más de la lealtad que le profesaba al hada, se ofreció a cambio de la piedra, y se quedó al servicio del monstruo por el resto de sus días.
La poderosa magia de la Piedra de Cristal hizo que el hada regresara al lago inmediatamente y así pudo expulsar a los seres malvados, pero cada noche lloraba la ausencia de su fiel Sombra, pues gracias a aquel desinteresado y generoso compromiso surgió un amor más fuerte que ningún otro. Y en su recuerdo, el hada quiso mostrar a todos lo que significaba el valor de la lealtad y el compromiso, y regaló a cada ser de la tierra su propia sombra durante el día; pero al llegar la noche, todas las sombras acuden el lago, donde consuelan y acompañan a su triste hada.







Los deseos ridículos

Cuento clásico infantil Los deseos ridículos

Adaptación del cuento de Charles Perrault

Había una vez un leñador tan pobre que ya no tenía ilusiones en esta vida. Estaba desanimado porque jamás había tenido suerte. Su vida era trabajo y más trabajo. Nada de lujos, nada de viajes, nada de diversiones…
Un día, paseando por el bosque, comenzó a lamentarse en voz alta, pensando que nadie le escuchaba.
– No sé lo que es una buena comida, ni dormir en sábanas de seda, ni tener un día libre para holgazanear un poco ¡La vida no ha sido buena conmigo!

En ese instante, se le apareció el gran dios Júpiter con un rayo en la mano. El leñador, asustadísimo, se echó hacia atrás y, tapándose los ojos, empezó a gritar:
– ¡No me haga nada, señor! ¡Por favor, no me haga nada!
Júpiter le tranquilizó.
– No temas, amigo, no voy a hacerte ningún daño. Vengo a demostrarte que te quejas sin fundamento. Quiero que te des cuenta por ti mismo de las cosas que realmente merecen la pena.
– No comprendo lo que quiere decir, señor…
– ¡Escúchame atentamente! Te daré una oportunidad que deberás aprovechar muy bien. Pide tres deseos, los que tú quieras, y te los concederé. Eso sí, mi consejo es que pienses  bien lo que vas a pedirme, porque sólo son tres y no hay marcha atrás.
En cuanto dijo estas palabras, el dios se esfumó en el aire levantando una nube de polvo. El leñador, entusiasmado, echó a correr hacia su casa para contarle todo a su mujer.
Como os podéis imaginar, su esposa se puso como loca de contenta ¡Por fin la suerte había llegado a sus vidas! Empezaron a hablar de futuro, de todas las cosas que querían comprar y de la cantidad de lugares lejanos que podrían visitar.
– ¡Será genial vivir en una casa grande rodeada de un jardín repleto de magnolios! ¿Verdad, querida mía?
– ¡Sí, sí! Y al fin podremos ir a París ¡Dicen que es precioso!
– ¡Pues a mí me gustaría cruzar el océano Atlántico en un gran barco y llegar a las Américas!…
¡No cabían en sí de gozo! Dejaron volar su imaginación y se sintieron muy afortunados. Pasado un rato se calmaron un poco y la mujer puso un poco de orden en todo el asunto.
– Querido, no nos impacientemos. Estamos muy emocionados  y no podemos pensar con claridad. Vamos a decidir bien los tres deseos antes de decirlos para no equivocarnos.
– Tienes razón. Voy a servir un poco de vino y lo tomaremos junto a la chimenea mientras charlamos ¿Te apetece?
– ¡Buena idea!
El leñador sirvió dos vasos y se sentaron juntos al calor del fuego. Estaban  felices y algo más tranquilos. Mientras bebían, el hombre exclamó:
– Este vino está bastante bueno ¡Si tuviéramos una salchicha para acompañarlo sería perfecto!
El pobre leñador no se dio cuenta de que con estas palabras acababa de formular su primer deseo, hasta que una enorme salchicha apareció ante sus narices.
Su esposa dio un grito y, muy enfadada, comenzó a recriminarle.
– ¡Serás tonto…! ¿Cómo malgastas un deseo en algo tan absurdo como una salchicha? ¡No vuelvas a hacerlo! Ten cuidado con lo que dices o nos quedaremos sin nada.
– Tienes razón… Ha sido sin querer. Tendré más cuidado la próxima vez.
Pero la mujer había perdido los nervios y seguía riñéndole sin parar.
– ¡Eso te pasa por no pensar las cosas! ¡Deberías ser más sensato! ¡Mira que pedir una salchicha!…
El hombre, harto de recibir reprimendas, acabó poniéndose nervioso él también y contestó con rabia a su mujer:
– ¡Vale, vale, cállate ya! ¡Deja de hablar de la maldita salchicha! ¡Ojalá la tuvieras pegada a la nariz!
La rabia y la ofuscación del momento le llevó a decir algo que, en realidad, no deseaba, pero el caso es que una vez que lo soltó, sucedió: la salchicha salió volando y se incrustó en la nariz de su linda mujer como si fuera una enorme verruga colgante.
¡La pobre leñadora casi se desmaya del susto! Sin comerlo ni beberlo, ahora tenía una salchicha gigante en la cara. Se miró al espejo y vio con espanto su nuevo aspecto. Intentó quitársela a tirones pero fue imposible: esa salchicha se había pegado a ella de por vida.
Con lágrimas en los ojos e intentando controlar la ira, se giró hacia su marido con los brazos en jarras.
– ¿Y ahora qué hacemos? Sólo podemos formular un último deseo y las cosas se han torcido bastante, como puedes comprobar.
Efectivamente, la decisión era peliaguda. Tratando de conservar la calma, se sentaron a deliberar sobre cómo utilizar ese deseo. Había dos opciones: pedir que la salchicha se despegara de la nariz de una vez por todas, o aprovechar para pedir oro y joyas que les permitirían vivir como reyes el resto de su vida. Lo que estaba clarísimo era que a una de las dos cosas debían renunciar.
La mujer no quería ser portadora de una salchicha que afeara eternamente su bello rostro, y el leñador, que la amaba, no quería verla con ese aspecto monstruoso. Al final se pusieron de acuerdo y el hombre, levantándose, exclamó:
– ¡Que la salchicha desaparezca de la nariz de mi mujer!
Un segundo después, la  descomunal salchicha se había volatilizado. La muchacha recobró su belleza y él se sintió feliz de que volviera a ser la misma de siempre.
La posibilidad de ser millonarios ya no existía, pero en lugar de sentir frustración, se abrazaron con mucho amor. El leñador comprendió, tal y como Júpiter le había advertido, que la auténtica felicidad no está en la riqueza, sino en ser felices con las personas que queremos.

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